Derrepente, aunque así fue siempre, todo se arremolinó.
Por un lado un allegado se envolvía en su vientre,
un viaje que incluía un paraje en una selva en un castillo y al revés, un bus, pizarra y sillas se movía por mi cama.
Muchos desconocidos carcomían la boca de una sola vez, una sola boca.
Las risas, el silencio, el sol y las hojas regurgitaron hasta dejarte en frente mio.
Sentado. Sentada. Mirándome. Mirándome. No se si me reprochas. No se si me hechas de menos. Tu vista es de cansancio. Tu vista es de olvido.
Será que todo es una pesadilla. Será que son múltiples pesadillas.
Será que la pesadilla es otra cosa, y lo que se muestra con mis manos o sin ellas no es más que la misma cosa. Vamos raspando hasta el mismo fin. Arrancando partes de la corteza y de una profundidad conocida. Arrancando partes de lo que no es obvio y de lo que aparenta serlo.
Toda la noche mira un punto fijo del pasado o el pasado rememora una noche que es varias noches y la misma noche, que se enfrasca entre tu sonrisa, tu aroma, tus rodillas y tu fragilidad.
Tú eres él. Tú eres ella. Tú eres yo.
Y hay millones que podrían reemplazarnos.
Que nos reemplazarán en un futuro para más tús, para más yos, para más tús.
Pero esa noche de ese punto de ese pasado que rememora un futuro que murió esa misma noche. Esa corteza y ese fondo. Están aquí.
Aquí.
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